miércoles, 16 de septiembre de 2009
La Puerta de los Cielos
Era una mujer alegre y llena de vida. Ante todo sonreía, y sus movimientos eran constantes explosiones llenas de gracia. Siempre me dió la sensación de ser una amiga y una madre al mismo tiempo, y quizás era por la forma que se entremezclaba la jovialidad y la madurez en una totalidad dual en el seno de su ser. Aquella vez que en una tarde, que más parecía un sueño, contemplé completamente absorto su desnudez mágica, sentí que estaba ante la misma puerta de los cielos, aquella abertura por la cual descienden y nacen los Dioses. Aquella contemplación intemporal y silenciosa de sus labios prohibidos me llenó de un torrente de vitalidad que nunca antes había experimentado. ¿Debía acaso tomarlo como una suerte de nacimiento? La figura de la rosa ensagrentada no cesaba de invadirme una y otra vez, y de pronto la huella de la eternidad era visible y resplandecía en cada punto del universo.
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